Antología poética en Madrid

Artículo de Isabel Bugallal para la Voz de Galicia...

Oroza disculpa a Umbral. «Tenía un compromiso anterior», dice. «Era el poeta maldido del Café Gijón, el bohemio de los sesenta, el hombre que se levantó contra la Guerra del Vietnam, contra los libros cortos y contra las progres con braga de esparto», saluda Umbral a su viejo amigo: «Tenía un perfil de César Vallejo y otro de Dante Alighieri. Hoy ya sabemos que, con su poesía palabrista y única, ha quedado como un mito escapadizo del 68».

Oroza mantiene hoy ese doble perfil y su figura sigue siendo casi la misma. Apenas hay huella del tiempo y del alcohol. Viste sobria y elegantemente _chaqueta sastre marino, camisa rallada, pantalón gris y botines negros de cordones. Habla con una mezcla de naturalidad y timidez, pero quizá lo suyo sea pura indolencia, aunque Umbral haya recordado su faceta de «ácrata malicioso e inspirado» de cuando el café «era su trinchera» y «vivía solo, dormía en un lecho de periódicos crujientes» y paseaba por la Gran Vía sus poemas.

Sigue solo y ajeno a los últimos signos del consumismo, aunque comparte una casa de dos plantas en las afueras de Vigo con un pintor. Dice que vive como un poeta y en cada recital le demandan aún su mítico «Malú», que muchos saben de memoria. ¿Quién va a sus recitales?: «Gente marginal, gente del rock y toda esa historia, que no lee habitualmente poesía». ¿Vota?: «Creo en el mundo como un paraíso, no como un sacrificio». ¿Es un incordio tener que promocinarse?: «Me siento como un mono en una jaula».
«Es un anticlásico», según Umbral, «un gran poeta que se salvó de la poesía oficial. Y luego está su prodigiosa manera de decir los versos». Oroza «es el único que ha devuelto la poesía a su origen sagrado y violento de la creación, de blasfemia, de luz sonora y querulante, de salmodia macho y palabra suelta, sola, perdida, reflexiva. Otra vez un rapsoda, un aeda, pero haciendo astillas la lira griega».